Desde el caminar vamos construyendo nuestro camino intercambiando en los encuentros que nos hacen mudar de zapatos en movimiento,
un caminar constante,
un vuelo utópico que transforma nuestra mirada para ver más allá de nuestros cuerpos y conocimientos.
Unos pies alados que ya se contagian de las experiencias compartidas, desde las plantas de los pies pasando por la sangre que fluye por mis venas y llegando a la risa que tengo dibujada en mi cara siento un acercamiento a una sensación de unos pies alados. Es algo que se escapa de mi conocimiento racional y que no entiende de tiempos ni de dogmas, viaja a través de las sierras, los arroyos y las lenguas habladas y silenciadas.
Celebrando en un ritual constante de un dejarse llevar por unos pasos que nos invitan a tomar tezguino en un yumari que da comienzo a la celebración. Poco a poco vamos siendo invitadas para conocer un poquito más de este vuelo, siento una mano hermana que me aprieta fuerte y me hace rugir desde mi parte mas animal y juguetona. Es la pequeña Irma, un ser querido que nos da nuestra fuerza y luz en estos días, en los talleres de los asentamientos junto con Agnes y Nils jugamos torciendo el equilibrio, desplazando nuestra mirada a la visión de los niños y su curiosidad dispersa en momentos. Recuerdo tras salir de los talleres de los niños en los asentamientos del Oasis y tener conversaciones en la cocina, compartiendo frijoles y quesadillas con las maestras y policías de las escuelas sobre la situación de los niños y la drogadicción, me sentía con el cuerpo relajado tras comer con el sol que calentaba fuerte y me senté debajo de un árbol. Comenzaron a llegar los niños que estaban pasando su tiempo en las calles ya que no iban a la escuela y sentí que buscaban el juego y poco a poco fuimos creando una manada que nos llevo a correr por las calles. Rugir como los leones y tigres, y contar historias debajo de un árbol en los momentos de pausa de las carreras y reír y reír. Ahora siento en la planta de los pies la llamada de la Ariweta y el recuerdo de este día, una carrera que se sintió más bien como un día completo del que poco a poco el tiempo se sucedía hasta que el sol bajaba, la gente llegaba y los cuerpos se preparaban para cantar o apoyar en la llamada del wuiraba.
Los cuerpos se levantaban escuchando los gritos del amanecer de un guarda que decía mujercitas, mujercitas hay que levantarse para que todo huela como flores. El guarda de este espacio temporal de los raramuris, el madrugador Chario, se escuchaban sus gritos y ahí compartíamos en el encuentro de mujeres de Voz Láctea.
México, 2018