La nieve cae sobre nuestras cabezas como un grito para volver al refugio, una necesidad de retornar al hogar,

quizás los humanos en nuestra totalidad deberíamos de sentir lo que significa el no poder retornar, el no tener una tierra a la que volver a descansar,

un fuego que nos caliente tras el viaje, una comunidad que nos acoja,

para poder volver a recobrar la empatía por este mundo, y abrazar de nuevo a la naturaleza que nos rodea

Naciendo de un abrazo,

una necesidad animal de agujerear las fronteras, un retorno para no caer en la pobreza del alma.

Un ritual que nos permite parar, movernos y continuar,

el cuerpo se siente desfragmentado si no siente los pies en la tierra, la piel en contacto con la corteza de un mundo enfermo y sediento de amor,

ideas que nunca terminan por que el consumismo sigue y sigue. La nieve cae sobre nuestras cabezas, un ritual para crear silencio, la magia de la naturaleza que no tiene fronteras,

caricias en forma de copos blancos que se resisten a la violencia constante.

Una estalactita rígida pero flexible que es impermeable a lo efímero de lo material,

un retornar a la esencia, a la curiosidad de aquella niña que se colgaba de las higueras para escuchar las historias de su abuela.

Suecia, 2018